sábado, 31 de diciembre de 2011

Caminemos

Foto de: Todd Winters
El flanco de la derecha muestra más dificultad, pero si no caminamos sobre él, la arena terminará por cubrir el lado izquierdo. Caminemos, en la senda que cada uno quiera, pero sigamos andando y, cuando no nos guste el camino, miremos el apacible azul que cubre ambos márgenes y mantengamos el paso. El viento -ya lo sabemos- es caprichoso. Encontraremos paisajes menos áridos y estas dunas fatigosas serán olvidadas. Si nos paramos, que solo sea para coger perspectiva. ¡Feliz camino 2012!

jueves, 29 de diciembre de 2011

Mateo y Ana

Barcelona (2011). Fotos: María Brito
Solo me llevó unos segundos reconocerlos. Cruzaban la calle cogidos de la mano, como caminan siempre desde su reencuentro. Su paso era también fácilmente identificable: no llevaban prisa, ni miraban escaparates, ni se paraban ante las maravillas de Gaudí. Aunque les hacía en Madrid, paseando por la Gran Vía, no dudé ni por un segundo que se trataba de ellos. Subían el Paseo de Gracia por la acera que lleva a la Pedrera, y crucé con ellos (vale, tras ellos) las calles Aragón, Valencia y Mallorca, hasta que por fin dieron con un banco deshabitado y tomaron asiento, probablemente fatigados de recorrer media España. Se ve que no querían compañía; ellos no la necesitan. Llevaba la cámara en el bolso y no me pude resistir. Les he sacado, al menos, media docena de fotos. Necesitaba una prueba de este encuentro para mostrársela  a Santiago. Seguro que me hubiera creído sin evidencias, pero aun así quise inmortalizarlo. Durante unos segundos me inquieté pensando en que también yo podía tener a mis espaldas a alguien observándome, y lo que podía estar pensando de esta persecución: ¿Qué hace esta pirada siguiendo a unos pobres viejos y sacándoles fotos por doquier? Pero si los conocieran, me entenderían. Todos queremos una vejez como la de Mateo y Ana, en la que el pasado ya no importa, donde vivimos cada segundo conscientes de que el futuro ya está muy cerca. Con historias como las de ellos mi temor a envejecer se desvanece. 

Nota: Mateo y Ana son dos personajes de la novela Sentados de Santiago Gil, a quienes tomo prestados, sin permiso, para esta entrada.

martes, 27 de diciembre de 2011

Juego de anónimos

Foto de Todd Winters
Nunca hemos hablado pero lo he visto en múltiples ocasiones: en el parque jugando con su hijo, en un par de cumpleaños de amigos, también en la manifestación contra los recortes en educación, e incluso recuerdo verlo bastante perjudicado en el concierto de Wilco. Ahora le observo subir las escaleras del metro, enfundado en una bufanda y con gorra - regalos de Papá Noel, seguro. Lleva la mirada concentrada en el paso, que es ligero, probablemente impuesto por el frío o por el ritmo de la gran ciudad. Siento el impulso de saludarle pero entonces me percato de que, en realidad, no hemos sido presentados. Yo ni siquiera vivo aquí, me encuentro de paso, y solo la casualidad (u otras fuerzas sobrenaturales que se me escapan) ha querido que nos crucemos. Sé que se llama Jaume, es primo de mi amiga Carme y lo he visto etiquetado junto a ella en cientos de fotos de su muro de Facebook. Le rozaré el hombro y pretenderé ser la desconocida del metro. Me pregunto cuántos de los que me observan a mí también me reconocen, y si no andaremos jugando a ser los anónimos que éramos antes de caer en la redes "sociales".

jueves, 22 de diciembre de 2011

Gracias. Thank you.

Fotos de: Todd Winters (izda.) y María Brito (dcha.-obvious, I know)

Palabras deja su primer otoño atrás y ya lo añora. Bueno, lo añoro yo. Palabras no tiene vida, o solo tiene la que yo le quiera dar. Podría desaparecer con un solo movimiento de mi índice (¡qué poder el de esas tres falanges!), pero eso, de momento, no sucederá. Los que han leído la primera entrada de este blog sabrán que estas palabras nacieron, en realidad, en la primavera pasada, cuando Salvador Guerra, mi dilecto commuter, despertó en mí el interés por contarme. Meses después volvería su álter ego más real para animarme a airear estas verdades ficcionadas (a veces "ficciones verdaderas") y hacer que la gran mayoría de ustedes llegara a mí.
Hoy, por estas latitudes, tiene lugar el solsticio de invierno y coincide con la entrada número veinticinco de este blog. No puedo negar que empiezo esta nueva estación muy ilusionada. Sin duda, tiene mucho que ver con el hecho de poder contar con las fotografías de otra persona vital para este blog, Toddito Inviernos (Google Translate le revelará su verdadero nombre). Son sus imágenes las que inspiran mis últimos textos y las que me hacen seguir soñando.
Desde aquí quiero hacer público mi más sincero agradecimiento a los dos. Sin el primero este blog no existiría y sin el segundo seguro que sería menos atractivo. Asimismo, aprovecho la ocasión (salió la vieja secretaria que hay en mí) para desearles a ellos y a ustedes, los que se acercan a mi blog para hacer suyas estas Palabras, unas muy felices fiestas. Desde la nieve, o la arena, o lo que tengan al alcance, disfruten.

martes, 20 de diciembre de 2011

El camino

 

Foto de Todd Winters
Tal vez esta línea del tiempo marque la mitad de mi camino; me tomo unos minutos para hacer un pequeño receso. Sin mirar atrás dejo que los recuerdos anden conmigo. Son parte de quien soy y dejarlos a la zaga sería negarme a mí misma. Con tantas gratas memorias a veces temo que esta otra mitad del recorrido no me resulte tan emocionante. A las memorias ingratas las he logrado almacenar en una pequeña faltriquera; de vez en cuando abro su cremallera y descubro que la biodegradación las está transformando en moléculas casi imperceptibles. Ahora sé que esta carretera tiene bifurcaciones inesperadas. He recorrido millas que no entraban en mi plan de viaje; muchas las he hecho siguiendo el paso de otros viandantes, otras veces he encontrado caminantes que se han unido al mío. Extraño especialmente a los que llegaron a la meta antes de tiempo, o antes de que yo pudiera o quisiera divisarla, y es con ellos con quienes charlo cuando me siento especialmente feliz, o desgraciada. Saben que las carreteras largas se me hacen tediosas y que no hay nada que me guste más que encontrar nuevos caminos. Fin del receso.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Amnesia provocada



Foto de Todd Winters
Se despierta en una habitación de hotel. No logra recordar dónde se encuentra. No hay nada en la decoración que le rodea que le ayude a situarse. Adormilado camina hacia la ventana, nota los efectos de una noche de alcohol, corre las dobles cortinas y encuentra una calle desierta. Por unos segundos tiene la sensación de que los majestuosos edificios a ambos lados de la calle se mueven estrechando poco a poco la vía. Se  restriega los ojos con los nudillos intentando recobrar la realidad. Le viene a la mente el dibujo que su hija de seis años hizo de una calle despoblada de Barcelona. Ella le explicó que debía mirar dentro de las ventanitas amarillas de los edificios y entonces hallaría a la gente viendo el partido Barça-Madrid. Pero la que tiene frente a sus ojos no parece una ciudad con alma futbolera. Esa calle carece totalmente de alma. Mira al cielo y la luz le indica que acaba de amanecer. Quizá sólo se trate de una ciudad dormida. En unas horas los coches empezarán a circular. Esos inmuebles se llenarán de funcionarios temerosos de encontrarse con una carta de despido. De pronto, recobra la memoria; se encuentra en su último viaje de negocios. Esa fue la noticia que le dio su jefe anoche antes de irse a su habitación y acabar con la botella de Stroh 80 que le habían regalado. Cierra de nuevo las cortinas y se vuelve a la cama.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Que llore la música



Foto de Todd Winters
Se crió sin padre, pero su abuelo y tíos se encargaron de que hiciera honor a su hombría. Era el hombre de la casa y debía dar cuenta de ello, aunque fuera al único otro miembro de aquella casa: su madre. Cuando la acompañaba frente al televisor para ver una de las películas que a ella le gustaban (y a él, pero eso no podía admitirlo) tenía que estar rápido en las escenas que le emocionaban para lapidar el lagrimeo que de manera involuntaria comenzaba a formarse en sus ojos. Casi siempre salía con alguna frase ingeniosa y su madre no podía evitar reírse ruidosamente a la vez que aprovechaba para romper con el llanto que también mantenía reprimido. En aquella casa no había lloricas ni ñangas.
Han pasado más de tres décadas sin soltar una lágrima, ni siquiera cuando el River Plate bajó a segunda (esas lágrimas hubieran sido toleradas incluso por su abuelo), ni cuando su hija tuvo su primera función de Navidad el año pasado, ni en el propio funeral de su madre hace unas semanas. No es que sea incapaz de emocionarse. Lo hace, pero ya no es capaz de expresar sus emociones corporalmente. Nada le hace llorar y su terapeuta le dice que tiene que estimularse, que debe arrancar a llorar para desasirse de ese dolor en el pecho. Por ahora solo consigue que el roce de las teclas lloren por él y que sus emociones se pierdan entre asteroides.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

En compañía de Apolo


Foto de Todd Winters
Cuando mis padres se independizaron de mí yo acababa de cumplir los veinte. Se volvían a su tierra tras veinticinco años fuera y mis hermanos les acompañaron. Madrid les había tratado bien, pero nunca terminaron de acostumbrarse al anonimato de la gran ciudad, precisamente la razón por la que yo no podía alejarme de ella. Ocupé la habitación matrimonial, la única que daba a la calle, y rodé la cama junto al balcón, en mis ansias por tocar la luz que durante años me fue arrebatada. Para ayudarme con los gastos de la casa, por las otras dos habitaciones dejé que empezaran a desfilar gremios. El primer año fueron dos canarios estudiantes de periodismo y con ellos llegó el contrabando de tabaco y equipos electrónicos. El segundo año descubrí las ventajas de compartirla con estudiantes peninsulares que me dejaban disfrutar de mi soledad en cada puente o fiesta familiar. Los primeros fueron dos aprendices a meteorólogos y la casa se llenó de líneas isobaras, masas de viento y ciclones. Les siguieron dos futuros psicólogos, adheridos a otros cuatro compañeros de clase, y me encomendé a Apolo para nunca necesitar de sus servicios -no había un solo cuerdo entre aquellos amantes del psicoanálisis. El cuarto año pasaron los artistas, algo más cabales pero dejando huella - no quedó un mueble sin una salpicadura de pintura, el lavabo se volvió azul grisáceo y en la ‘Avenida Marítima’ (el nombre que los canariones habían dado al largo y helado pasillo que cruzábamos enfundados en mantas de Iberia) no cabía un círculo más de Kandinsky, las boquitas de piñón de Modigliani practicaban el boca a boca y los periódicos de los bodegones de Juan Gris salían por la ventana. Con ellos me planté. Ya tenía trabajo y podía hacer frente a las facturas. Fue entonces cuando empecé a enamorarme de la soledad. Apolo III, no obstante, sigue de mi lado y cuando se vaya llegará otro. Al fin, Magerit es una ciudad de gatos.



lunes, 12 de diciembre de 2011

A penny for your thoughts

 
Foto de Todd Winters
Pagar un penique por lo que uno piensa debió ser un dineral en la época de SirThomas More. Pero tus pensamientos no tienen precio. Voy sentado detrás de ti y los tomo prestados. Es la primera vez que haces este vuelo Madrid-Chicago. No te espera nadie en el aeropuerto. Los de la residencia te mandaron los detalles de la ruta: cogerás la línea azul del metro que sale de O'Hare y bajarás en la Western; no hay que hacer ningún transbordo. Según has leído en la guía, los chicaguenses llamamos al metroThe El porque los trenes, en lugar de ir bajo tierra, van sobre raíles Elevados. Estás algo inquieta; no es tu primer viaje a una ciudad desconocida, pero será lo más lejos que has estado nunca de tu isla. Estabas deseando esta metamorfosis. Escapar, por fin, de la habitación compartida con tu hermana, de los horarios de llegada a casa y, sobre todo, darle carpetazo a la monotonía. Tienes sueños, anhelas enamorarte, a ser posible de un afroamericano de dos metros de altura para luego volver con él al pueblo y dar que hablar. Aunque allí no hace faltan los motivos. Las noveleras van con poquito. Te vas a enamorar, y volverás con él en las vacaciones de Navidad. Ahora te das la vuelta; me sonríes. ¡Qué ganas de darte un fuerte abrazo!

sábado, 10 de diciembre de 2011

Perreta


Foto de Todd Winters
No sé por qué se tienen que besar haciendo tanto ruido. Me pide que la acompañe a París y luego ni caso me hace. Si ya lo sabía yo. Es el cuarto novio que tiene desde que se divorció de mi padre y ninguno le dura más de tres meses. Los desgasta de tanta pasión. Por lo menos este tiene pelas y nos paga los viajes. Aunque yo bien a gusto que me hubiera quedado en casa de mi abuela.
La verdad es que se pone muy guapa cuando se cree enamorada. No para de reírse, ni siquiera cuando besa. Pero si yo fuera él me negaría a besarla hasta que dejase de fumar. Seguro que sus besos saben a rayos. A mí me intenta besar cuando llego de pasar la quincena con mi padre, pero no la dejo. En el forcejeo siempre terminamos en el suelo desternillados de risa. Algunas veces finjo perder y me dejo besar, y la verdad es que sus besos no huelen. Yo creo que hace gárgaras justo antes de que yo llegue. Antes de que se divorciaran sí que me dejaba besar. 
Yo sigo sin entender lo del divorcio. Ni siquiera se llevaban mal. De pronto me sientan un día a hablar y me dicen que se han dado cuenta de que hace tiempo que no están enamorados y que no tiene sentido seguir viviendo juntos. Hace tiempo. ¿Cuánto tiempo es hace tiempo? ¿Desde que empecé a sacar malas notas? ¿Desde que les pedí que quería contactar con mis padres biológicos? ¿Desde que se paralizó la adopción de esa hermana que nunca llegaba? ¿Desde cuándo es hace tiempo? Yo lo tengo claro: no pienso enamorarme y mucho menos tener hijos para luego darlos en adopción o divorciarme y tenerlos del tingo al tango. Antes prefiero quedarme abrazado a un banco, como el viejo este que tengo sentado a mi lado. Te lo juro.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Mujer en la bañera

Mujer en la bañera. Antonio López, 1968.
El agua empieza a enfriarse. Muchas mujeres darían lo que fuera por encontrar unos minutos al día para darse un baño caliente. Yo, sin embargo, he terminado maldiciéndolo. Ya llevo más de ocho meses sumergiéndome en esta bañera, pero él sigue sin dar el cuadro por concluido. Me duele la espalda, mi piel está reseca y ansío poder estirar mis piernas. Al principio no pude creer que fuera a recibir aquel dineral por darme un baño de seis horas al día. Los primeros días no podía evitar sonreír mientras dejaba que el agua tibia acariciara mi cuerpo. Sentía cierto pudor y fijé mi mirada en mis rodillas. Pronto empecé a sentirme bella y admito que incluso intenté coquetear con él, pero cuando me atrevía a levantar la mirada buscando la suya nunca la encontré. A veces se acerca con su lupa y observa mis tobillos, mis pezones, mi vello púbico, pero a mí no me ve. Ya hace meses que dejé de mirarle. Ahora debe de estar pintándome el rostro porque de vez en cuando me pide que mantenga la mirada baja y el semblante serio. Debí esbozar una sonrisa acordándome de la cara de Emiliano cuando anoche le confesé en qué consistía mi trabajo - adiviné una mirada celosa y me gustó. Me distraigo imaginándomelo observándome desde el tragaluz.  Miro a mi vientre y fantaseo con sus manos recorriéndolo. No puedo evitar excitarme mentalmente. A veces creo que Antonio es capaz de leerme el pensamiento. Ya oigo los pasos de su mujer acercándose por el largo pasillo hasta el baño. Viene a mi rescate. Podré salir unos minutos mientras vuelve a calentar el agua. Me trae el albornoz que previamente ha dejado en la estufa.  Esa prenda de algodón rizado y tibio se siente como la caricia más ansiada. Antoñito no parece tan contento. Solo cuando baja de su escalera y observa mi cara de placer al dejarme envolver por ella, sonríe y dice que ese será su siguiente cuadro. No veo llegar ese día.